Entre tareas, reuniones, exigencias, compromisos, silencios incómodos, decisiones postergadas y rutinas que pesan como lastres.Entre todo lo que deberíamos hacer… y todo lo que desearíamos vivir.

Hay días en los que el agua te llega al cuello. Y sigues, como puedes. Con la sonrisa justa, el cuerpo en piloto automático, y el alma en huelga.

Sigues porque toca. Porque alguien espera algo de ti. Porque tienes facturas, expectativas, miedo.

Y así pasan los meses. Y así pasan los años.

Pero en algún momento y a veces basta una imagen, una frase, una conversación, y surge esa pregunta incómoda ¿Me merece la pena? Y cuando te haces esa pregunta ya no es tan divertido.

¿Merece la pena renunciar a tantas y tantas cosas que la vida nos ofrece por la obligatoriedad de un trabajo que no nos llena?

¿Merece la pena sostener una relación de pareja, amistad o familiar solo por no enfrentarnos al vértigo del cambio, a la incertidumbre, al juicio ajeno?

Nos han educado para aguantar, no para elegir. Para cumplir y no para sentir. Para sostener en lugar de vivir.

Y eso cansa. Mucho.

Pero hay una buena y mala noticia en todo esto.Nadie va a venir a salvarnos.
Ningún jefe, ningún familiar, ningún terapeuta, ningún gurú ni pareja nos sacará de ahí si no lo hacemos nosotros.

Escribió Joseph Campbell:
"Todos los dioses, todos los cielos, todos los infiernos están en tu interior."

Y es cierto. No están ahí fuera. No están en la nómina, ni en el contrato, ni en la aprobación de los demás. Están en ti, en tu capacidad de parar, mirar hacia dentro y preguntarte..

¿Qué necesito de verdad?
¿Qué partes de mi vida son mías, y cuáles estoy simplemente habitando por inercia? ¿Cuántas cosas estoy haciendo por miedo?

No es fácil hacerte estas preguntas. Pero es infinitamente más difícil no hacértelas nunca.

Así que la próxima vez que sientas que te ahogas, no te limites a aguantar la respiración. Quizá sea el momento de salir a flote.