Es leer un rato en Linkedin y se me hincha la vena, que ya lo se, que soy muy pesadito con el tema, pero he pasado por ello y puedo volver a sufrirlo en cualquier momento.
En este mundo laboral tan moderno, tan “inclusivo”, tan lleno de charlas TED y hashtags de diversidad, resulta que hay un detalle incómodo del que casi nadie quiere hablar y es que si pasas de los 50, eres invisible.
Invisible para los reclutadores que en su Excel ya tienen tachada cualquier fecha de nacimiento que empiece por “196-” o “197-”.
Invisible para las empresas que presumen de innovación, pero que siguen pensando que la creatividad se oxida con las canas.
Invisible para esos departamentos de RRHH que repiten mantras de “talento joven” como si fuera un conjuro mágico para tapar su propia falta de ideas.
Si tienes 56 años, lo lógico es que seas un fósil, un trasto viejo que ya no sabe usar un Excel, un dinosaurio incapaz de adaptarse a la IA, a la nube, a Slack o a cualquier otra herramienta que tú mismo probablemente ya usabas antes de que tu entrevistador hubiera terminado la ESO.
La discriminación por edad no es sutil. Es un portazo en la cara disfrazado de “tu perfil no encaja”. Es esa sonrisa incómoda cuando en la entrevista mencionas que tienes hijos adultos. Es esa pregunta absurda de si “estarás a gusto con un equipo tan joven”. Es la hipocresía absoluta de un sistema que venera la experiencia en los powerpoints, pero la descarta en la práctica.
Lo más gracioso (o triste) es que muchos de esos “jóvenes talentos” que ahora se sienten protegidos por la frescura de sus 30, dentro de 15 años estarán exactamente en la misma diana. Y entonces sí, descubrirán que el talento tiene fecha de caducidad… para los demás.
La edad, en teoría debería sumar más visión, más resiliencia, más errores cometidos y sobre todo superados, más capacidad de anticipar problemas. Pero en la práctica resta. Resta oportunidades, resta entrevistas, resta la dignidad de no tener que justificarte como si ser mayor fuera una enfermedad.
Lo irónico es que el mismo mercado que desprecia a alguien de 56 años… vende liderazgo, mentoring y gestión de equipos como skills premium. Y quién mejor para liderar o guiar que alguien que ya ha vivido crisis, cambios tecnológicos, despidos, reinvenciones.
Pero no, mejor fichar a alguien con “hambre” , te lo traduzco: más barato, más manipulable, más fácil de quemar. Y seguir llenando hashtag#LinkedIn de frases inspiracionales sobre diversidad mientras se descarta a todo el que supere cierta cifra en el DNI.
Así que, sí, tengo , yo tengo 55 años. Y en vez de esconderlo, lo grito. Porque la vergüenza no es mía, es del sistema que pretende convertir la experiencia en basura.
Molesta leerlo? Bien, Era la idea, el silencio es la mejor gasolina del edadismo.
hashtag#opinion hashtag#Reflexiones hashtag#SinFiltro hashtag#Autenticidad hashtag#edadismo
hashtag#personalbranding hashtag#Cambio hashtag#CrecimientoPersonal
This post was not created with IA
Invisible para los reclutadores que en su Excel ya tienen tachada cualquier fecha de nacimiento que empiece por “196-” o “197-”.
Invisible para las empresas que presumen de innovación, pero que siguen pensando que la creatividad se oxida con las canas.
Invisible para esos departamentos de RRHH que repiten mantras de “talento joven” como si fuera un conjuro mágico para tapar su propia falta de ideas.
Si tienes 56 años, lo lógico es que seas un fósil, un trasto viejo que ya no sabe usar un Excel, un dinosaurio incapaz de adaptarse a la IA, a la nube, a Slack o a cualquier otra herramienta que tú mismo probablemente ya usabas antes de que tu entrevistador hubiera terminado la ESO.
La discriminación por edad no es sutil. Es un portazo en la cara disfrazado de “tu perfil no encaja”. Es esa sonrisa incómoda cuando en la entrevista mencionas que tienes hijos adultos. Es esa pregunta absurda de si “estarás a gusto con un equipo tan joven”. Es la hipocresía absoluta de un sistema que venera la experiencia en los powerpoints, pero la descarta en la práctica.
Lo más gracioso (o triste) es que muchos de esos “jóvenes talentos” que ahora se sienten protegidos por la frescura de sus 30, dentro de 15 años estarán exactamente en la misma diana. Y entonces sí, descubrirán que el talento tiene fecha de caducidad… para los demás.
La edad, en teoría debería sumar más visión, más resiliencia, más errores cometidos y sobre todo superados, más capacidad de anticipar problemas. Pero en la práctica resta. Resta oportunidades, resta entrevistas, resta la dignidad de no tener que justificarte como si ser mayor fuera una enfermedad.
Lo irónico es que el mismo mercado que desprecia a alguien de 56 años… vende liderazgo, mentoring y gestión de equipos como skills premium. Y quién mejor para liderar o guiar que alguien que ya ha vivido crisis, cambios tecnológicos, despidos, reinvenciones.
Pero no, mejor fichar a alguien con “hambre” , te lo traduzco: más barato, más manipulable, más fácil de quemar. Y seguir llenando hashtag#LinkedIn de frases inspiracionales sobre diversidad mientras se descarta a todo el que supere cierta cifra en el DNI.
Así que, sí, tengo , yo tengo 55 años. Y en vez de esconderlo, lo grito. Porque la vergüenza no es mía, es del sistema que pretende convertir la experiencia en basura.
Molesta leerlo? Bien, Era la idea, el silencio es la mejor gasolina del edadismo.
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